El terrible Cherufe
Esta historia comienza con la desgracia de una joven mapuche, que fue vendida como esposa a un brujo viejo y sucio, cuya barba maloliente le colgaba sobre su vientre enorme. La muchacha lloraba desesperada, maldecía su suerte y rogaba a su familia que no la obligara a irse. Pero el trato estaba hecho, no había mas remedio que despedirse y seguir a tan repugnante marido por el camino que llevaba a las montañas.
Ya habían dejado atrás su ruca cuando la muchacha hizo el ultimo intento por salvarse. Como caminaba detrás del brujo y era ágil como un huemul, no le fue difícil correr hasta un cañadón cercano y esconderse entre los matorrales. Temblando, oía las furiosas amenazas de su dueño, que gritaba buscándola por todas partes. Ella hubiera querido encogerse, hacerse chiquita como un escarabajo y desaparecer debajo de la tierra. Entonces se acurruco rodeándose las piernas con las manos, apoyo la cabeza sobre sus rodillas y se envolvió en su pobre mantón. Así la descubrió uno de sus hermanos, que en secreto la había seguido.
- No llores mas, hermanita, mira lo que te traje – le dijo en un susurro mientras le acariciaba la cabeza. Le entrego dieciocho plumas blancas de piuquén y agrego -: No son solo un recuerdo. Cuando me necesites, mendame una de estas plumas. Yo sabré reunirme con vos.
- Pero yo no quiero irme – contesto llorando la muchacha.
- A casa no podes volver – dijo el hermano- anda ahora con el brujo, llévate a Trewul y ten confianza en mi, no voy a abandonarte.
Y así fue como el brujo, la joven y el perro retomaron el camino hacia el oeste.
El brujo iba montado en una cabra y la muchacha lo seguí como podia, por una senda que se volvía cada vez mas empinada.
- ¿ A donde vamos? – pregunto ella.
- A cazar un guanaco – contesto el brujo.
Pero la muchacha no sabia que estaban subiendo por la ladera de un volcán, en cuyo cráter vivía el espantoso Cherufe.
Tan cruel como poderoso, el Cherufe era el Señor de esa montaña. Desde arriba dominaba cielo y tierra: amenazaba con relámpagos y truenos, lanzaba rayos que incendiaban los bosques o enviaba destructoras oleadas de lava. Había una sola y atroz manera de tenerlo conforme: entregarle periódicamente una muchacha, para que se comiera su carne tierna. Después se entretenía con un juego macabro: incendiaba las cabezas y las arrojaba por la pendiente. Así llegaban al pie de la montaña, donde la gente del valle recibía espantada esa confirmación terrible.
Cuando ya estaban muy alto, el brujo dijo a su esposa:
- Descansa un poco que ya vuelvo – y fue a entrevistarse con el Cherufe. Pero la muchacha lo siguió, silenciosa, y los escucho tramitar el nuevo acuerdo: el brujo recibiría enormes poderes a cambio de su joven y hermosa mujer.
Entonces la muchacha llamo a Trewul y le entrego una de las dieciocho plumas de piequén.
- Rápido, rápido!!!! – le dijo susurrando – que no sé si me salvo!!!!!
Y el perro tomo delicadamente la pluma entre los dientes y se fue corriendo montaña abajo, como una pequeña piedra que rodara, como una mancha mas en el paisaje.
Más rápido de lo que puede creerse, el hermano estuvo junto a la prisionera. Ella le contó precipitadamente lo que había oído y el joven decidió seguir al brujo.
Cuando se encaminaba seguido de su perro hacia la que supuso la cueva del Cherufe, vio que la custodiaba un nahuel, alerta. Pero Trewul supo tomar al puma por sorpresa y lo dejo fuera de combate.
Libre el paso, el muchacho pudo acercarse al lugar de la entrevista. Escondido detras de unas rocas se asomo a la gruta, en donde negociaban los dos monstruos, sentados entre los restos de las muchachas muertas. Entonces el muchacho se retiro rápidamente, para sorprender al brujo, que ya se despedía. Dejo que, montado en su cabra, bajara unos metros en dirección a donde había dejado a su hermana, y cuando paso bajo su escondite empujo sobre el enormes rocas que lo sepultaron.
Enseguida retrocedió para buscar al Cherufe y lo enfrento con su cuchillo.
Entonces el Señor del volcán ataco con sus armas: los relámpagos iluminaron el cielo, la montaña tembló y se bario en enormes grietas. Al borde de una de ellas gesticulaba enfurecido el Cherufe, cuando, en un instante, perdió el equilibrio y su cuerpo de gigante cayo al precipicio, hundiéndose para siempre entre las rocas.
Buscando un camino entre las grietas, las rocas partidas y el polvo, bajaron la montaña los dos hermanos y una corte de muchachas liberadas. Todos los mapuches del valle los esperaban y no hubo quien no vivara al salvador de las muchachas, al pacificador de la montaña, que llevaba en su vincha, como una corona nevada, las dieciocho plumas blancas de piuquén.