Antiguamente nadie, salvo niños, ancianos y enfermos, estaba exento de las labores de subsistencia; por el contrario, la participación en tareas colectivas o interfamiliares era voluntaria. Los varones se encargaban de la caza, la pesca en ríos con redes pequeñas, la confección de armas y la atención de los perros; las mujeres, de recolectar huevos, mariscos y vegetales, de conseguir, con arpones pequeños, peces cuando quedaban entrampados en las restingas liberadas por las amplias mareas atlánticas, y de cocinar. Lo obtenido era compartido con familiares y vecinos. No se conservaban alimentos, salvo pequeñas cantidades de grasa de pinnípedo o ballena y de hongos desecados.
Para obtener ciertas materias primas (como piedras, pedernales, madera para arcos, etc.) solía ser necesario el trueque -a veces a distancia- que cumplía además funciones sociales. La madera apta para arcos solía circular de sur a norte, los cueros de pinnípedos u objetos recogidos en las playas lo hacían desde la costa hacia el interior. Desde cabo San Pablo se distribuía una roca apta para tallar puntas de flecha, si bien en cada caso esos bienes podían ser reemplazados localmente por otros con una leve mengua de calidad.
Actualmente se dedican a trabajos diversos u están ocupados al rescate y promoción de su cultura.